¿Debemos participar en política o mejor dedicarnos sólo a recorrer el camino? Evidentemente, en el camino medio reside la respuesta. En tiempos no tan pasados, los que participaban en política eran una escasa minoría. Recientemente, con la apertura del sistema bajo la forma que conocemos como democracia representativa, todo ciudadano puede aportar su granito de influencia. Como practicantes mahayana, la responsabilidad universal debiera ser nuestro combustible (sostenible).
De aquí se plantean las siguientes preguntas: si practicamos con el fin de beneficiar a los demás, ¿deberíamos votar pensando en el bien colectivo? ¿Mis intereses y gustos deben pasar a un segundo plano a la hora de participar en política? El disponer de una visión altruista y panorámica nos debiera permitir escoger con sabiduría qué opción es la menos tóxica o negativa para la gobernanza de la sociedad y por tanto para la felicidad de todos.
Preciosa la teoría pero, ¿qué hacer cuando sentimos hostilidad (una clara aflicción mental) y a partir de ahí construimos un relato que justifique nuestras emociones? Lo primero es identificar esa hostilidad y reconocerla como distorsión mental y aquí la simple meditación en calma mental nos puede ayudar a frenar la cadena de discursos que alimentan esa misma aversión. Una vez identificada la aflicción, neutralizarla con antídotos como Los cuatro inconmensurables y obtener una visión más ecuánime donde las etiquetas de ‘adversarios o enemigos, los míos y los demás’ se disuelvan.
En el momento en el que las aflicciones no se encuentren operativas, distorsionando nuestra visión de la ciudadanía, nos encontraremos en una posición cualificada para analizar bien las opciones presentadas y ejercer nuestros derechos con sabiduría. También nos servirá para, genuinamente, pensar por nosotros mismos, ya que la influencia de los medios y de otras personas cercanas muchas veces resulta tóxica, aunque pase inadvertida.
Nicolás Viñés
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